viernes, 11 de septiembre de 2009

Argentina ha creado un monstruo.

Asumí hace mucho tiempo que mi inocencia no tiene comparación, ni fin. Lo reconozco. Pero es que presupongo que hay cosas que tienen que sorprender a todo el mundo. Hablo, por ejemplo, de la reacción de Diego Armando Maradona - D10S, el genio del fútbol mundial, El Diego, etcétera – después de la sucesión de derrotas ante equipos futbolísticamente inferiores – salvo Brasil -, con todos mis respetos, a la selección que dirige. Cualquier persona de este mundo – excluyo al trío de la foto de las Azores por razonas obvias – asumiría cuanto menos algún error propio después de marcar un récord histórico de goles en contra como la goleada que sufrió Argentina ante Bolivia: 6 a 1. Se esforzaría en el ejercicio de autoinculpación tras la derrota como local contra el eterno enemigo, Brasil: 1 a 3. O, como mínimo, pediría disculpas a la esforzada y siempre fiel afición albiceleste tras la derrota ante Paraguay cuando mi equipo se está jugando la vida: 1 a 0. Lejos de asumir errores o pedir disculpas, Maradona en la rueda de prensa posterior al partido contra Paraguay, da un titular inigualable: “yo no tengo miedo a nada”. Argentina, me temo, ha creado un monstruo.

El narcisismo de Diego Armando Maradona es galopante, hasta tal punto que ve su reflejo en el líquido amarillo mientras orina. Después de una vida plagada de éxitos en materia deportiva, después de tocar el cielo y que millones de seguidores se ocupen en que no baje de su atmósfera individual y privilegiada, después de probar las mieles del triunfo, ni la debacle de la selección albiceleste le impide torcer el gesto ante el ácido sabor de la derrota. Su mundo está a cuarenta mil pies del de los terrestres y en su cabeza existe el espejismo de poder parar el conflicto entre palestinos e israelíes si en ello mostrara una pizca de interés. Maradona está por encima del mito de Evita Perón, de las viñetas de Mafalda, de Rayuela de Cortázar y del sueño de Borges en crear la Biblioteca de Babel. Maradona ve a sus compatriotas con los ojos del ser de una galaxia lejana que acaba de asomarse al imperfecto planeta Tierra: prefiere no mezclarse con esa civilización para no contagiarse de su vulgaridad. “Estoy a años luz de ustedes, no se acerquen ni intenten cogerme; estoy lejos de la realidad y por encima de lo terrestre, y sepan ustedes, seres inferiores e imperfectos, que lo único humano que reluce en mi ser es el tatuaje del Che Guevara en mi hombro”.

Argentina ha creado un monstruo del que va a ser complicado zafarse. Es imposible hacerle entender que Messi no es un jugador más, que Higuaín – al que no convoca por no caerle bien - es inmensamente superior al Palermo de hoy en día y que Verón hace diez años que no juega a fútbol. Carece de sentido convencer a Maradona de que él no sirve para ser entrenador de una de las selecciones más importantes del Mundo, que él es una persona tan incompetente en lo táctico como inestable en lo humano. La única esperanza que nos queda a los que queremos ver a Argentina en el Mundial de Suráfrica el verano que viene, es que aparezca un San Pedro y niegue las virtudes como entrenador a Maradona tres veces antes de que cante el gallo.


Consejo a los ateos: si quieren derrotar a una religión no sigan la consigna marxistas de comparar a éstas con un psicotrópico, es contraproducente: llegarán devotos ávidos de alucinaciones; simplemente hagan a su Dios seleccionador nacional.