El inmortal cuarteto de Liverpool estaba en la cresta de la ola, en esa gloria en vida donde les tocaría vivir el resto de su existencia, cuando a John Lennon se le ocurrió poner a su grupo un peldaño por encima de Jesucristo en la tan cambiante escalera de la Fama. “Somos más famosos que Jesucristo” Supuso un terremoto religioso a nivel mundial; trajo vetos de conciertos, quemas de discos por parte de católicos – tan habituados a las hogueras- con poco sentido del humor, etcétera. El humo de las improvisadas barbacoas musicales no nubló la verdad: eran más famosos que Jesucristo. Pese a quien pese.
Viene esto a cuento por la comparación que últimamente se hace con Messi y Maradona; recordemos que este último también se sacó de la manga una religión con visos de perdurar en los próximos milenios: el fanatismo es genético. La única diferencia es que no es Messi quién osa compararse con El Diego, sino que somos nosotros, seres privilegiados por haber coincidido con el 10 del Barça, quienes planteamos el debate, nos hacemos preguntas e intentamos resolverlas con más o menos lucidez.
El fútbol moderno jamás se libra de las comparaciones. Es nuestra penitencia por disfrutar de un deporte desarrollado que, por mucho que nos vendan la moto los puristas, hoy, en el plano deportivo, es mejor que nunca. Recordemos que hace un año, el diario más leído en España, se preguntaba – pongo la mano en el fuego que retóricamente – si Robben era mejor que Messi. Me duele el pecho, la quijada y la mandíbula sólo de pensarlo. Hace quince días, incluso menos, debatíamos si Cristiano Ronaldo era mejor que Messi. Tras el partido de Zaragoza del pasado domingo, creemos que de momento ese debate está cerrado. ¿Lo próximo? Comparar a Messi con el mejor jugador de todos los tiempos. Lo más comentado en los debates y tertulias futbolísticas del mundo.
El único perjudicado en este debate es Messi. No sólo por la presión de ser argentino y que te comparen con Maradona, sino porque sabiendo cómo se las gastan los fanáticos de las distintas religiones que hay en el mundo, no es descabellado pensar en una quema de camisetas de Lionel en las calles de Buenos Aires.
Sólo el Mundial puede librarle del castigo.
Viene esto a cuento por la comparación que últimamente se hace con Messi y Maradona; recordemos que este último también se sacó de la manga una religión con visos de perdurar en los próximos milenios: el fanatismo es genético. La única diferencia es que no es Messi quién osa compararse con El Diego, sino que somos nosotros, seres privilegiados por haber coincidido con el 10 del Barça, quienes planteamos el debate, nos hacemos preguntas e intentamos resolverlas con más o menos lucidez.
El fútbol moderno jamás se libra de las comparaciones. Es nuestra penitencia por disfrutar de un deporte desarrollado que, por mucho que nos vendan la moto los puristas, hoy, en el plano deportivo, es mejor que nunca. Recordemos que hace un año, el diario más leído en España, se preguntaba – pongo la mano en el fuego que retóricamente – si Robben era mejor que Messi. Me duele el pecho, la quijada y la mandíbula sólo de pensarlo. Hace quince días, incluso menos, debatíamos si Cristiano Ronaldo era mejor que Messi. Tras el partido de Zaragoza del pasado domingo, creemos que de momento ese debate está cerrado. ¿Lo próximo? Comparar a Messi con el mejor jugador de todos los tiempos. Lo más comentado en los debates y tertulias futbolísticas del mundo.
El único perjudicado en este debate es Messi. No sólo por la presión de ser argentino y que te comparen con Maradona, sino porque sabiendo cómo se las gastan los fanáticos de las distintas religiones que hay en el mundo, no es descabellado pensar en una quema de camisetas de Lionel en las calles de Buenos Aires.
Sólo el Mundial puede librarle del castigo.
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