domingo, 27 de junio de 2010

De cómo Dios quiso ser como Mourinho


Suena el pitido final. Argentina ya está en cuartos tras endosarle un 3 a 1 a México. Maradona mira al cielo, cierra las manos y junta los puños para besárselos. La dictadura de la publicidad nos priva de ver la despedida entre el seleccionador azteca, Javier Aguirre y Diego Armando Maradona. La conservación no difiere mucho de la que narramos a continuación:

- Enhorabuena, Diego
- Gracias, Javier. Dale recuerdos al estadio azteca.
- De tu parte, Diego.

Desde este humilde blog ya dejé claro mi opinión sobre Maradona. Nunca olvidaré que fue él quien me hizo querer este deporte, aunque ahora me ocurra como con Ronaldinho: detesto el paso del tiempo cuando me lanzo al noble ejercicio del recuerdo. En la fase de clasificación, los jugadores argentinos parecían flojos costaleros llevando a cuestas el paso más venerado de su país. Símbolo que supera con creces el mito de Evita Perón y la ceguera lúcida y socarrona de Borges.

Maradona ha cambiado, quiere ser como Mourinho. Convertido en un ser cariñoso en el vestuario, agrio en rueda de prensa y excéntrico - dejémoslo así - en el banquillo, el astro argentino se ha profesionalizado en la labor de seleccionador mucho después de optar al cargo. Ha aprendido a base de palos; con una actitud tosca y chulesca aguantó la mirada al futuro y ahora éste le devuelve una sonrisa, lo que le convierte posiblemente en el personaje más odiado del Mundial de Sudáfrica, por encima, incluso, de los árbitros.

Diego Armando Maradona parece haber descubierto que la condición humana también permite ser feliz. Remangada la túnica hasta los codos, bajó del pedestal para reconocer un mundo que hace tiempo había abandonado, y no sólo por su culpa. El seleccionador argentino sabe que si quiere recuperar fieles le tiene que ceder temporalmente el cetro a Lionel Messi, con los demás seleccionados como testigos para saber quién es el que manda. Así, sólo así, volverá a ser un Dios venerado por muchos y difícil de soportar para el resto.

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