Me llama un madrileño por motivos estrictamente laborales. Tras el saludo inicial y unos apuntes banales sobre el tiempo, me pregunta si me gusta el fútbol. Rápidamente mi mente viaja a Sudáfrica. Claro, le digo, corren buenos tiempos para los futboleros. Sí, me contesta, pero no para los mallorquinistas. No lo nota pero asiento con la cabeza y dejo caer un suspiro de cansancio. ¿Cómo va a terminar la cosa? me pregunta. Le digo que no lo sé, que me perdí en el vigésimo octavo capítulo y ya van por el ochenta y pico.
Al principio, la crisis del RCD Mallorca, parecía hasta divertida. Por ella desfilaban empresarios corruptos, millonarios ingleses que querían comprar un club después de una fiesta en su yate y compradores que no sólo no invertían dinero sino que lo sacaban de las arcas del club para tapar agujeros en sus negocios particulares. Mientras tanto el equipo, con una plantilla que a priori podía parecer que sufriría por evitar el descenso, fue capaz de meterse en la Europa League y de pelear hasta el último minuto - no es metáfora - la cuarta plaza de Champions al Sevilla CF.
Hoy el mallorquinista puede estar contento. Serra Ferrer ya es el dueño del club. Era la única opción posible: Mateu Alemany, a quien deberían santificar, ya dejó claro que no iba a negociar con más personajes excéntricos y que necesitaba vender el club lo antes posible porque no tenía posibilidades de afrontar una nueva campaña. El ex entrenador del Real Betis Balompié, del Fútbol Club Barcelona, que consiguió un ascenso histórico con el club rojillo, tiene en sus manos el futuro del club más importante del archipiélago. Le queda una ardua tarea, sobre todo la de intentar convencer al mallorquinismo y así conseguir el mayor número de abonos posibles e intentar que el Ono estadi sea, por primera vez, el campo de un equipo europeo.
Le deseo suerte, pues me temo que la necesitará.
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