Para muchos barcelonistas este será para siempre el año del triplete. El año histórico en que ganamos liga, copa y champions. El año en que por fin podremos chulear de que tenemos algo en más cantidad que el Madrid: tripletes.
Para mí, sin embargo, es el año del 2-6.
La Copa del Rey la viví solo en casa, y la verdad es que, para una persona normal, con una vida normal, debe haber pocas cosas más tristes. Metía gol el Barça, lo celebraba, miraba a mi alrededor y allí estaba el cojín, el sofá, la tele y el Bender que me regalaron para mi cumple el año pasado. 4-1, sí, contra un Athletic crecido, victoria jugando a FÚTBOL, ganando bien, jornada para celebrar, pero en mi soledad se quedó en poco.
La Champions sí la viví en compañía, con colegas, disfrutando del partido, viendo rabiar a Cristiano, disfrutando del juego y de los goles, chocando las manos cuando marcaba el Barça, brindando por los goles. Con colegas, disfrutando sí pero... Pero no sé, no sé qué faltó, quizás sobró euforia (y eso que yo creía antes del partido que perderíamos), quizás sobró superioridad, faltó épica como en la Champions de 2006, no sé que pasó pero no recordaré esta Champions como recuerdo la final contra el Arsenal.
Mi primer recuerdo vivo futbolístico fue la Copa de Europa contra la Sampdoria, tenía 11 años, no vi el partido en directo, pero recuerdo vivamente la sensación al levantarme al día siguiente y comprobar que habíamos ganado, recuerdo ver el partido grabado esa misma tarde al volver del cole. Después de eso, que es un recuerdo aislado, recuerdo como fan del fútbol las ligas de Tenerife, el 5-2 al Sevilla y la victoria de los isleños, el casi-autogol de Rocha (no sé si mezclo años) y sobretodo dos cosas: el penalti de Djukic, me salí a la terraza para no verlo, cuando mi hermano gritó desde el salón que el serbio había fallado estallé de alegría, nunca antes había celebrado un título así, me había convertido en un hooligan del Barça, de los de verdad. La segunda cosa que recuerdo es el mundial de USA'94, la eliminación a manos de Italia, la rabia que me inundó. En aquel momento me había convertido en un hooligan de España, de los de verdad.
Hace menos de un mes, 17 años después (eso es que ya soy viejo), viví seguramente, si no la mayor, una de las mayores alegrías futbolísticas de mi vida. 6 goles 6 en el Bernabéu. Estaba en la Romeria de mi pueblo (debo un artículo en mi blog sobre ello) por segundo año consecutivo. Increíblemente convencí a dos colegas, uno de Granada y otro de Barcelona, bueno, de Hospitalet que si no se enfada, para que me acompañaran a la Romería de la Virgen de la Estrella de Navas de San Juan. Allí estábamos, en una carpa que hace las veces de discoteca durante la fiesta con una pantalla gigante, calculo yo que unas 200 personas, calculo yo que 100 del Barça y 100 del Madrid (a pesar de Laporta y su aborrecible independentismo el Barça tiene mucho tirón fuera de Cataluña), esperando, confiando en la victoria de los de Pep, el Madrid venía moralmente a tope pero este Barça es este Barça. Gritamos, animamos como el que más, de hecho, luego me dijeron que las gente nos miraba y nos reconoció después del partido por los gritos que dábamos. Y marcó el Madrid, no pasa nada, esto está ganado (o no) y nos encomendamos a la Virgen de la Estrella... y el Barça no sólo remontó sino que marcó 6, cada gol era una victoria, cada gol era una Champions, una Copa, una Liga, cada gol era una bofetada en la cara del Madrid, en cada una de sus 9 Copas de Europa que probablemente nunca alcanzaremos, en cada una de las 31 Ligas que probablemente nunca conseguiremos. Cada gol sabía a gloria, y metimos 6.
Este año no es el del triplete, el del mejor equipo del mundo, este año no es el de Pep. Este año, para mí, es el del 2-6.
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